“La belleza de la danza está en su capacidad para permitir el intercambio de culturas e ideas. En nuestra región, tan rica y diversa, cada paso significa unidad en la diversidad.”

Un trío de estudiantes de danza de diversas nacionalidades se reúne en las vibrantes calles de Punta Cana, rodeados de palmeras y el sonido de las olas. Entre ellos se encuentra Alberto, un experimentado bailarín cuyo recorrido ha tejido una historia de ritmo y resiliencia.  

Mientras las sinfonías de música clásica resuenan en el aire, Alberto y sus estudiantes, provenientes de República Dominicana, Haití y Venezuela, se sumergen en intensos ensayos. Sin embargo, detrás de cada grácil pirueta se esconde una historia de lucha y separación, ya que el viaje de Alberto a República Dominicana estuvo marcado por dificultades económicas que lo alejaron de su estudio de danza y de su querida familia en la Isla de Margarita.  

Alberto teaching dance to students from Dominican Republic and Haiti. IOM Gema Cortes

“Ser migrante es ser un guerrero. Después de trabajar tan duro y dejarlo todo atrás, es muy difícil,” recuerda Alberto sobre cuando dejó Venezuela hace 8 años.

Para Alberto, la danza no es solo una forma de expresión, sino un estilo de vida. Desde que tiene memoria, ha estado dedicado a la danza. Este artista venezolano de 40 años comenzó a aprender danza a los seis años, y a los 16 ya bailaba profesionalmente. Ahora, a través de la Escuela Albert Studio Dance, abre puertas a jóvenes talentos como instructor y mentor, fomentando una cultura de inclusión y empoderamiento dentro de la vibrante comunidad de danza de Punta Cana. Enseña danza clásica y moderna, así como maquillaje y diseño de moda sostenible. 

“Punta Cana es un lugar lleno de talentosos bailarines,” afirma Alberto, resaltando la importancia de brindar oportunidades a los jóvenes artistas. “¿Mi misión? Permitir que estos jóvenes artistas moldeen su propio futuro. Cuando la música se detenga, deben estar listos para bailar al ritmo de su propio compás.” 

Alberto y sus estudiantes representan el espíritu de unidad y colaboración a través de una mezcla de tradiciones venezolanas y dominicanas. “El intercambio de ideas y experiencias entre jóvenes bailarines de diferentes nacionalidades es muy enriquecedor,” comparte Alberto mientras corrige suavemente las posturas de sus alumnos. “En su pasión compartida, encuentran un terreno común, uniendo fronteras con cada giro.”   

Alberto corrigiendo la postura de una alumna de danza. OIM Gema Cortes

En manos de Alberto, la danza se convierte en un catalizador de cambio social. “La música no conoce fronteras y es una gran herramienta de integración. A través del arte y la danza podemos derribar barreras y crear un futuro más inclusivo. Cada paso de un bailarín lleva consigo los sueños de los migrantes en todas partes,” reflexiona.  

“La danza corre por mis venas. Con cada movimiento, me transporto a otro planeta, otro mundo y otra atmósfera,” afirma Alberto. “La belleza de la danza está en su capacidad para permitir el intercambio de culturas e ideas. En nuestra región, tan rica y diversa, cada paso significa unidad en la diversidad.”  

SDG 8 - TRABAJO DECENTE Y CRECIMIENTO ECONÓMICO